viernes, 31 de mayo de 2013

INDIA: Jodhpur


Llegamos a Jodhpur y nuestra primera parada fue el hotel de Hans (el suizo que amablemente nos invitó a acompañarle en su coche desde Jaisalmer), un hotel con estrellas, no sé cuantas. Pero lo que sí sabíamos es que pisaríamos solamente el hall. Nos despedimos de él y nos adentramos en la ciudad en busca de una guesthouse acorde a nuestro bajo presupuesto. Y la encontramos. Pero antes de relajarnos del todo tuvimos que cambiar de habitación porque hallamos una linda ratita asomando sus morritos cerca del váter mientras que me disponía a orinar, acción que dejé para la siguiente habitación.  
En principio, esta ciudad nos resultó un poco fea y caótica, sin aceras, como casi todas las ciudades de la India, donde tienes que ir sorteando coches, risckshaws, motos y la muchedumbre que viene en tu contra.  
No fue hasta la mañana siguiente, cuando partimos a visitar el fuerte de Mehrangarh, cuando empezamos a descubrir otra ciudad. El barrio por el que ascendimos desde el hotel hasta el fuerte era muy lindo. Carlos acertó cuando me comentó que le recordaba a las calles empinadas del Albaycín, donde el ritmo de vida se torna más tranquilo y pueblerino. El caos aquí desapareció y nos dejaba vía libre para contemplar sus calles, hablar con los lugareños, hacernos fotos y llegar jadeando, pero sosegados, hasta el fuerte. 



No recuerdo bien si la entrada al fuerte era cara o en ese momento o a nosotros nos lo pareció. Diciendo la verdad le comentamos al policía de la entrada que habíamos quedado con un amigo dentro de las instalaciones del recinto, en concreto en la puerta del museo. El hombre nos dejó entrar sin reservas y nosotros pudimos disfrutar de la visita del fuerte y recorrer cada rincón de este sitio sin pagar una rupia. Eso sí, nos quedamos con ganas de entrar al museo y al palacio, pero como carecíamos de ticket, no pudimos entrar. Hans, hombre madrugador, ya había finalizado su visita, así que volvimos a quedar para cenar.






  




Cuando abandonamos el fuerte lo hicimos por otra puerta que se encontraba en la cara posterior y nuestra sorpresa fue encontrarnos con una de las cosas más significativas de esta ciudad junto con su fuerte: el barrio azul. Y es que en este barrio todas las casas están pintadas de un celeste marroquí. Esta distinción en el color de las casas era propia solo de la casta de los brahmanes, la primera en el escalafón. Se decía que pintaban sus casas en azul para ahuyentar a los mosquitos y proporcionar frescor en su interior, pero hoy en día se sigue pintando las casas por un interés turístico y no es relevante de la casta de la que se desciende. 


         Y paseando, Carlitos haciendo fotos y yo curioseando hasta el último rincón, sin perder detalle, vislumbré una puerta de la que salía música y jaleo. No tardé en asomarme y en su  interior se mostraba un patio y en el centro un coro de mujeres tocando y bailando música tradicional india. Una de ellas se dio cuenta de mi presencia y me invitó a entrar y sin apuro ninguno entré y comencé a bailar con ellas. Una vez más la música y  el baile fue el lenguaje que utilizamos y el que nos brindó la oportunidad de vivir una experiencia única en la vida: asistir a una boda india.


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