sábado, 15 de junio de 2013

INDIA: UDAIPUR


Llegamos a la ciudad entrada la media noche y, como en cualquier ciudad de la India a estas horas, todo estaba calmo y hasta las vacas, que se suceden a lo largo de las calles, estaban descansando en la tranquilidad de la noche.


Una vez en el hotel, exhaustos y con ganas de dormir, nos dispusimos a instalarnos. La habitación tenía dos camas individuales y un baño con peligro de quedarte “desnucao”, pues cada vez que entrabas, tenías que agachar la cabeza. Así que bajamos y subimos la cabeza unas cuantas veces, aunque yo no todas las debidas y me llevé premio para irme calentita a la cama. A los veinte minutos, más o menos, de encontrarnos  en  supino, Carlos empezó a notar una amenaza entre sus muslos que le escocía e irritaba. Tras una rápida comprobación y ver que no encontraba nada, siguió durmiendo hasta pasados veinte minutos más, cuando ya notaba que las picaduras eran por todo el cuerpo y era evidente que compartía cama con unos chupópteros que lo estaban dejando hecho un cuadro de Picasso.


 Las picaduras enseguida le hicieron reacción y cuando enciendo la luz, le veo tal Cuasimodo, con un ojo más bajo e hinchado que el otro y el resto de su cuerpo que parecía el “alumbraó” de la feria de Málaga, encendidito por todas partes. Ante tal evidencia, nos pusimos concienzudamente a revisar la cama y no tardamos mucho en encontrar no una, sino a varias chinches por su cama y paredes de la habitación.  Alguna  vi  danzando contenta e hinchada después del festín que se había pegados minutos antes.  Acto seguido, despertamos a todo el hostel, cuando nuestra intención era despertar sólo a los dueños, que dormían profundamente en una cama sin chinches. Le explicamos lo sucedido con pocas palabras, porque estábamos cansados. El hombre estaba dormido y sólo con ver a Carlitos se despertó y lo entendió todo. Aún así quisimos enseñarles la colección de chinches que había en el cuarto. Por supuesto, queríamos abandonar esa habitación de inmediato, no sin antes llevarnos a una de la chinches de mascota, que guardamos en una bolsa de plástico bien precintada. El dueño nos ofreció lo único que le quedaba disponible, una habitación con una cama individual. Esto, traducido, era un antiguo trastero en un hueco de la casa, sin ventana y con el espacio justo para una cama pequeña; nosotros y nuestras mochilas, de lado. Ahí permanecimos hasta el amanecer y, a la mañana siguiente, nos fuimos a otro hostel: el Dream Heaven. Lo que más nos gusto de este hostel fue su localización y su cálida terraza, en la que estuvimos atrapados durante días, con vista al lago Pichola, que nos brindaba una estampa de la ciudad que, por más que la veías, no te cansabas nunca de admirar y de dejar que te transmitiera toda la serenidad del mundo. Nunca un paisaje que no fuera naturaleza me había reconfortado antes de igual manera.




Udaipur es una ciudad que está situada entre los lagos Pichola y  Fateh Sagar. Fue un religioso quien aconsejó al Maharaná Udai construir su reino aquí, ya que este sitio era un lugar muy especial. El Maharaná, respetando la sabiduría de un hombre espiritual, que está más cerca de lo divino que de lo humano, le hizo caso y construyó un palacio de medidas colosales, digno de un maharaná, que supera con creces la ostentosidad de un maharajá. Haceos una idea.


Él mismo mandó construir otro palacio en el centro de la isla del lago Pichola, destinado a ser su residencia de verano. Visto desde lejos parece una ilusión óptica, en mitad de la inmensidad del lago con sus aguas calmas se yergue un palacio blanco, enorme y con aires de cuento. Hoy en día es un hotel y se dice que el más lujoso del mundo. La única forma de acceder hasta él es en barco. Pero yo pienso que es mucho mejor que forme parte del paisaje y tenerlo a vista de balcón cuando se te antoje, y no habitar en su interior sin poder presenciar lo que evoca al resto de los humanos que nos hospedamos a la verita del lago.



















En esta ciudad de cine, leyendas, reyes e historias conocimos a Nehuen y a Sole, una pareja con la que nos sentimos en perfecta armonía desde el principio, como si se trataran de unos viejos amigos de los que llevas tiempo sin ver, pero que enseguida coges confianza. Nos encontraremos con ellos en Argentina y estamos con muchas ganas y deseosos, pues seguimos alimentado el esperado encuentro.

        
        En Udaipur asistimos a clases de cocina. Los dos somos unos apasionados de la gastronomía de la India y en esta ciudad se nos brindó la oportunidad de conocer los secretos de los suculentos platos que habíamos estado degustando a lo largo de todo el Rajasthan.




        
    
También desde aquí hicimos una excursión de un día al fuerte de Kumbhalgarh y al templo de Adinath en Ranakpur.  Compartimos el coche con otra pareja y el trayecto de aproximadamente dos horas nos salió bastante económico.

El fuerte de Kumbhalgarh fue nuestra primera parada. Es una gran construcción y parte de sus murallas siguen en pie. Para ascender al palacio que corona la montaña tienes que pasar por varias puertas de gigante tamaño.  Una vez estás subida en lo alto del palacio puedes apreciar los límites del fuerte y los numerosos templos hinduistas y jainas que se salpican por toda la geografía. Es el fuerte más importante de los 32 que construyó el reinado Mewar a lo largo de sus extensos dominios, que comprendían parte de Madhya Pradesh y Rajasthan, dos grandes provincias de la actual India.


















Nuestra siguiente parada fue el templo de Adinath en Ranakpur. Aquí nos encontramos a muchísimos turistas, a diferencia del fuerte, en el que sólo nos cruzamos con una familia india. Cuando los sitios están llenos se pierde un poco el encanto y la capacidad de ensoñación.

Una cosa que tienen en común todas las religiones del mundo es el querer convencer de que lo divino existe y que debe ser adorado y respetado; y su manera mortal de atraernos hacia su verdad es a través de la construcción de bellísimos templos.

El de Adinath es el templo jainas más importante y más grande que existe en la India. Es fabuloso y está construido en su totalidad en mármol blanco. A diferencia de todos los templos visitados en la India, éste me recordaba ligeramente a una  iglesia, con planta en forma de cruz y multitud de altares (capillas) en los laterales. Está tallado con figuras de diosas y animales en toda su verticalidad, incluido los techos y sus columnas, 144 en total. La luz natural se filtra por el templo y es hermoso apreciar como el color blanco del mármol va adquiriendo diferentes tonalidades que van desde el dorado al gris azulado.










Aunque el jainismo hoy en día es una religión minoritaria, ha sido y sigue siendo muy influyente en la cultura india: sus preceptos de ser vegetariano, el no a la violencia, el no robar, etc. Están muy interiorizados en la población y, como ejemplo, hay muchísimos vegetarianos en el Rajasthan, pero hay que aclarar que los jainas más ortodoxos son veganos, en incluso los más estrictos no comen tubérculos, ni tallos ni hojas, para dañar lo menos posible a la planta. Prefieren comer los frutos, pues así sólo extraen una parte de la planta sin tener que quitarle la vida. Ni que decir la consideración que tienen hacia todos los animales, está terminantemente prohibido tocarlos y hacerles daño, pues todos tienen alma.


Udaipur  fue el broche final de nuestro periplo por Rajasthan, tierra de leyenda y con mucha historia, que nos ha cautivado y enamorado por momentos, con su gente, sus paisajes, su solera y su riquísima gastronomía.






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