Este país estrecho, alargado y enclenque, cuando
lo ves en el mapa sientes que está encajado, aprisionado por los dos países
vecinos, colosales, que lo tienen rodeado. Ha sido vapuleado durante siglos, un país con
reinos, que dejó de ser reinado hace tiempo. Ha sido colonia francesa y, en cierto modo, sigue siéndolo, pero ahora bajo el yugo
de la dependencia económica. Ha sido invadido por Japón y Tailandia y ha vivido
la mayor atrocidad que se desprende de las guerras. En 1964, en la segunda guerra
de Indochina, E.E.U.U. se ensañó con este país, por intereses políticos ajenos
a éste, lanzando según cifras oficiales 2.093.100 TONELADAS de bombas en 580.944 salidas durante 9 años
insufribles. Convirtiéndose Laos en el país más bombardeado de la historia. Este
hecho vergonzante y vejatorio sigue cobrando vidas y lesiones severas, sobre
todo en la población infantil rural, pues algunas de las bombas siguen
estallando en sus tierras.
Nuestra entrada al país fue a través del paso
fronterizo de Mengla. Fue
todo mucho más sencillo de lo que
pensábamos: cogimos un autobús que salía por la mañana de Jinghong (China), nos dejo en el puesto fronterizo,
salimos de China, entramos en Laos haciéndonos el visado en el momento (on
arrival, por treinta y siete dólares), y el mismo autobús nos recogió para
llegar a Luang Nam Tha a primera hora de la tarde (otra opción para cruzar la frontera es
coger un autobús en Kunming hacia Huay Xai, Luang Prabang o Vientiane).
Luang Nam Tha es una ciudad acomodada para el turismo y su calle principal
da muestra de ello: muchísimas agencias de viajes en donde puedes concertar
diferentes trekkings, variedad de restaurantes con comida local y occidental
enfocado a las exigencias extranjeras (menús en inglés), numerosos hoteles económicos, etc.
Nosotros nos alojamos en el Zuela Guesthouse por 4 euros la noche, un hotel limpio y pintoresco que recomendamos.
Nosotros nos alojamos en el Zuela Guesthouse por 4 euros la noche, un hotel limpio y pintoresco que recomendamos.
Nuestra percepción de esta ciudad estaba totalmente
condicionada por nuestro momento vital. Veníamos de estar viajando por China
durante dos meses, en donde ya sabréis, por lo relatado anteriormente, que el
servicio turístico enfocado a los foráneos brilla por su ausencia. La verdad es
que nos sentimos agradecidos por las facilidades que nos brindó esta ciudad, a
las que ya no estábamos acostumbrados.
Nuestra idea inicial era realizar un trekking
que saliera de esta ciudad y adentrarnos en su selva (Espacio Protegido de Nam
Ha) y conocer a algunas de
las minorías étnicas que la pueblan. Acontecieron dos hechos que impidieron que
realizáramos el trekking. Por un
lado, y sin duda la razón de peso, fue el mal tiempo que nos hizo. Estábamos en
época de monzones y las lluvias son abundantes e intensas. No nos apetecía
aventurarnos en la selva con estas condiciones climatológicas. Por otro lado, y esto fue precedido por
la primera razón, es que estábamos un poco cansados, no tanto físicamente (aunque
también nuestro cuerpo se resentía), sino cansados de intensidad. Nuestro cuerpo nos pedía un poco
de calma y estabilidad sensorial que entendimos y respetamos. También nos tranquilizaba
pensar que nos dirigiríamos hacia Phongsali, más al norte, región menos frecuentada por
el turismo (dada la dureza de sus carreteras) y con un crisol de minorías étnicas
relevantes.
En Luang Nam Tha conocimos a dos chic@s catalanes, Joel y Jamina. Con
ellos compartimos risas, bebercio y el trayecto del autobús hasta Muang Khua (pasando primero por Udomxai), en donde pernoctamos con la intención del coger un barco
hacia nuestro destino al día siguiente. Esa misma noche conocimos a unas chicas
españolas muy graciosas que nos amenizaron la velada con sus peripecias y experiencias
sobre su viaje. Fue muy divertido.
A la mañana siguiente partimos en barca rumbo al
norte por el río Nam Ou. Este
viaje nos encantó. Íbamos en una
pequeña canoa de madera, alargada, estrecha, propulsada por un motor. El estruendo
que generaba restaba un poco de encanto, pero el paisaje divisado desde este
barco rústico, construido de forma artesanal y el entorno en el que nos
hallábamos, amortiguó la molesta presencia acústica. El barco hizo múltiples paradas. La primera
porque se averió el timón y ellos mismos, con la habilidad que les caracteriza,
lo arreglaron en un momento. Luego fuimos parando para recoger o dejar a
lugareños a la vera del rio, en pequeñas poblaciones que se repartían a lo
largo del trayecto. Otra de las paradas la realizamos para comer. Fue un momento
memorable: se hizo mocho común con lo que cada uno poseía y se compartió con el
resto, de forma improvisada y natural.
Las hojas sirvieron de platos y nuestras manos de cubiertos.
Una vez en Phongsali, el tiempo se puso de nuevo en nuestra contra y no pudimos adentrarnos en las entrañas
de esta región. Esperamos pacientemente durante 3-4 días a ver si mejoraba, pero
la naturaleza no nos dio tregua y tuvimos que abandonar estas tierras. Sentimos
un poco de decepción al no poder profundizar en el norte de este país lo que
nos hubiera gustado. Pero vamos aprendiendo que lo que no se nos brinda en un
momento dado, luego se nos compensa ofreciéndonos momentos coleccionables, no planeados ni deseados, equilibrando
de esta manera nuestra suerte y haciéndonos entender que la ruta, algunas
veces, la traza el destino.
Bajamos de Phongsali en bus y el trayecto fue movidito. Y no lo digo en
forma figurativa. Íbamos en un autobús local de los años 70. El maltrecho
autobús rodaba por un carril
de piedras pues la mayor parte de la carretera no está afaltada en este
trayecto. El conductor, sin duda, era toda una eminencia de la conducción, pues
sorteaba baches y manejaba de forma sorprendente por un carril impracticable. A
punto estuvimos muchas veces de quedarnos encallados, hasta que finalmente nos
quedamos. No hubo caras de preocupación ni malos comentarios. Los hombres se
apearon del camión incluido Carlos y, con una cuerda atada en la parte delantera
del autobús, hicieron fuerza hasta que el autobús salió.
Con los pies llenos de barro, continuamos el
trayecto, a base de botes y sacudidas incesantes. El autobús viejito y
maltrecho no superó un gran montículo de los miles que habría superado en su
larga vida y tuvimos que realizar otra parada. Ésta fue muy larga pues una de
las piezas de los amortiguadores se había partido por completo. Ante tal catástrofe
a ojos de un occidental, que hubiera supuesto cambio de autobús, llamada a la aseguradora,
etc., presenciamos la versión laosiana. Nos quedamos perplejos ante tanta maestría, habilidad y buen
humor a la hora de resolver el contratiempo.
Ellos mismos arreglaron los
amortiguadores valiéndose de lo que tenían a mano. Estábamos en mitad del
campo, así que uno de ellos, provisto de un machete, cortó un trozo de madera y reprodujo la pieza que había sido dañada y la reemplazó. Estuvimos unas 3 horas parados y se retomó el
viaje como si nada hubiera pasado. Nosotros, por supuesto, vivimos una
experiencia y una lección de vida que no olvidaremos.
Después de nuestro periplo viajero llegamos a Muang
Khua, donde pernoctamos. Al
día siguiente descendimos por el río Nam Ou y nos
apeamos en un pueblito situado a la rivera: Nong Khiaw. Aquí nos quedamos un par de noches. Nos
hospedamos en una cabañita a los pies del río, donde el pueblo terminaba (Nam
Houn Riverside Guesthouse). Nuestros vecinos eran el espeso follaje de la orilla y los lugareños que utilizaban esta parte del río más
tranquila para lanzar sus redes. Estuvimos tranquilos, reflexivos y disfrutando
de la exquisitas dotes culinarias de los laosianos y de la afabilidad de sus gentes.
Cuando llegamos a la antigua capital de Laos, Luang Prabang, coincidimos con nuestros amigos Diana y Héctor. Esta pareja la conocimos de
forma muy fugaz en China, concretamente en Xi’an, y ahora nos encontrábamos con ellos de nuevo en Laos.
Si hubiésemos hecho el trekking del norte, no nos habríamos encontrado. Así que
nos alegramos de la feliz coincidencia de estar juntos de nuevo. Vagamos por la
ciudad durante un par de días y nos
sentimos como en casa, cotidianos. Bebimos vino francés riquísimo y en cada
trago que sorbíamos con verdadero placer, íbamos alimentado también nuestra amistad.
Disfrutamos de las coincidencias del destino, que nos unía en muchos aspectos
de nuestra vida y ellos, al igual que nosotros, habían decidido darse una
vuelta por el mundo durante un año.
Luang Prabang tiene
toda la esencia de una ciudad colonial. Algunas veces cuesta trabajo sentir que
estás en Asia. Sus edificios coloniales, sus calles bien trazadas y limpias, hacen que el viajero menos
experimentado se sienta confortable y atendido en sus necesidades más
occidentales. Lo único que rompe con este escenario son los numerosos y bellos
templos budistas que están salpicados por toda la ciudad.
Uno de los momentos más relevantes fue cuando visitamos
una escuela budista e intercambiamos experiencias con los monjes novicios que
se estaban formando, tanto a nivel espiritual como intelectual. Según el
budismo laosiano, para que un hombre se realice plenamente y para que su
familia gane méritos para una vida posterior, antes debe pasar unos meses o años
conviviendo en un templo. La mayoría de estos niños, una vez terminada su etapa de escolarización,
abandonan el templo, se casan y tienen una vida civil. Otros continúan su vida religiosa
y se convierten en monjes budistas.
Desde Luang Prabang cogimos un autobús nocturno a Vientiane (10-12 horas), la capital de Laos, y ese
mismo día cruzamos la frontera a Tailandia a través del puente de la Amistad.
Todo nos resultó también la mar de sencillo y económico.
Este país nos ha encantado, a pesar de que no
hayamos podido vivirlo y experimentarlo como nos hubiese gustado. Nos ha
quedado tachar de nuestra ruta planeada muchos rincones y lugares. El tiempo
seguro nos dará otra oportunidad para poder realizar el sueño de conocerlo en profundidad.
LAOS
La columna vertebral de Laos,
el río Mekong y sus afluentes,
que se distribuyen por todo su cuerpo,
es un ejemplo de vida en cualquier sentido.
Cuando te dejas llevar por el flujo de su
pulso,
contemplas que provee al que menos tiene
y baña de dignidad a sus pobladores,
que viven de lo que recogen de la corriente.
Que fotaaaaazaaas...INSUPERABLES!!..paisajes, gentes, parajes....hasta ayudando a tirar del autobús en pleno barrizal!!jeje...esto engancha..es como decir...heeyy por donde andarán hoy?que sitios nuevos habrán visto? por donde estará el tío Matt??
ResponderEliminar¡Hola chicos! Joder qué ilusión salir en vuestro blog...aquí estamos en New Zealand aprovechando el wifi gratis de una biblioteca pública. ¡Qué fotos más chulas! Cuando tengamos tiempo os mandamos una foto de la furgo. Un besazo!!!!
ResponderEliminarHola chicos!! soy Susanna...una de las "chicas simpáticas" atascada 4 días en la frontera de Laos..bebiendo licor de arroz y fumando en el hotelito. Remember? Veo que continuáis viajando!!! que envidia más sana... Nosotras seguimos unos meses más y regresamos a la Península ;-) ahora preparando unas vacaciones fresquitas en las Highlands escocesas..y como Asia tiene mi corazón robado, ya estoy preparando algo para finales de año. Muchos besos y seguid así!
ResponderEliminarSeguro que mereció la pena el pequeño mal rato del autobús viendo las pedazos de fotos que salen a continuación, qué pasada!
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