No
sabíamos que ese día en Jodhpur de incursión en la casa, acudíamos, sin ser invitados, a
la fiesta de Sangit (significa música
en hindú). Esta es la fiesta que realizan los prometidos con sus respectivas
familias y amigos un día antes de la boda. Este día las mujeres de la familia y amigas cantan y bailan al son del dhol (especié de timbal alargado)
durante todo el día y la noche. Nosotros solo estuvimos un par de horas,
durante las que conocimos al futuro novio y fuimos invitados a la celebración
de su boda el día siguiente. La única condición que nos pusieron para asistir
al enlace es que yo debía de llevar un sari
como símbolo de respeto.
El día
siguiente resultó un poco estresante. Nuestro propósito era encontrar un sari
barato, pues era evidente que no podía cargar con él el resto del viaje. Los
saris son los trajes típicos que utilizan las mujeres indias y consta de un
corpiño ajustado (choli) que deja la
barriga al aire pero sus mangas llegan casi al codo. Para los hindúes, que las
mujeres muestren sus hombros es una falta de decoro. En la parte inferior se
pone una enagua (petticoat) sujeta
por un cordel del que se sirve la tela (sari)
para dar forma al traje. Suele medir de unos
cinco a ocho metros de largo por un
metro de ancho y se enrolla con bastante arte y maestría alrededor de la
enagua, y lo que sobra, se pone en forma de bandolera cubriendo el torso. Se
valen de solo tres imperdibles para armar toda la composición. Hay muchísimas
formas de ponerse un sari según de la
región a la que pertenezca, etnia, etc. Yo lo llevaba puesto al estilo rajasthani y me ayudó a ponérmelo Bharti, una prima del novio, en su casa.
Una
vez preparados esperamos en su casa la llamada de la música, los gritos y la
fiesta que nos avisaba de que el novio, junto con los invitados, estaba a punto
de asomar por la calle. Salimos a su encuentro y descubrimos
al novio coronando la procesión subido en un caballo blanco salido del
mismísimo cuento de princesas , cumpliendo todo los requisitos estéticos que puedas imaginar para ser un verdadero príncipe:
caballo blanco, él con semblante de marajá y atuendo de príncipe encantado por
la lámpara mágica, brillo y distinción en su ropaje, en la cabeza turbante de
notorias proporciones con remate de broche de abolengo, y zapatos de Aladino terminados
en punta cedidos por el mismo genio para la ocasión. Estábamos extasiados, parecía
una película Disney, todas las mujeres cantando y bailando engalanadas con sus
mejores saris de mil colores diferentes, unos niños iluminaban el cortejo con
unos grandes farolillos posados en sus cabezas, eran faroles animados andantes.
Tanta ostentación rallaba un poco lo absurdo, ni más ni menos que en cualquier
boda española al uso.
Carlos y yo no tardamos en unirnos a la comparsa y fuimos recibidos con júbilo.
Sin duda alguna empezábamos a intuir que formábamos parte de una de las atracciones
más del elenco.
La tradición indica
que el novio debe dirigirse hasta la casa de la novia en caballo, y detrás de él, los invitados bailan y cantan al ritmo de la banda de música que los acompaña. El
inconveniente en esta boda era que la casa de la novia quedaba a unos veintitantos
quilómetros a las afueras de la ciudad, así que la cabalgata terminó en un par de autobuses que habían sido alquilados para
trasladarnos hasta la casa de la novia. Los autobuses nos dejaron al margen de
la carretera y desde ahí reanudamos la comparsa por un camino de tierra hasta
llegar a la casa, situada en mitad de un
llano.
El
despliegue para el evento no tenía parangón: un amplio espacio engalanado con
telas de colores, un gran buffet con muchísimos tipos de comidas, todas
picantes, y en el fondo y centro del recinto un escenario con dos tronos para recibir
a los protagonistas del día. El novio tomó posesión y se sentó en uno de ellos
a esperar a su futura. En este momento la música cesó. No hubo más música en
toda la noche que la del ruido ocasionado por la multitud de invitados que asistieron
a la ceremonia.
Una vez todos dentro del recinto e incluso antes de que llegará la novia,
la gente se dispuso a comer sin dar tregua, como si hubiesen estado dos semanas
en ayunas esperando el festín. Nosotros, que andábamos agitados por tanta
novedad, apenas comimos. Cuando llegó la novia y ya estaba la pareja sentada en
sus respectivos tronos se inició un aluvión de fotografías que duraría más de
una hora en la que nosotros, como parte del repertorio, también fuimos
retratados con los novios. A esto se le sumó un intercambio de guirnaldas de
flores como símbolo de su unión, mientras veíamos como el resto de la comitiva
seguía engullendo sin parar y sin prestar la mínima atención a los novios.
Hablando con los familiares averiguaron que no estábamos casados, algo inconcebible
para ellos. Así que decidieron que esa misma noche contrajéramos matrimonio
bajo el rito hinduista. Nosotros aceptamos asumiéndolo como una de las múltiples
rarezas que vivimos ese día.
Hacia la una de la mañana estábamos bastante cansados y nos fuimos junto
con la familia del novio a descansar un rato. Ascendimos hasta la azotea de la
casa y nos echamos sobre el terrado en donde viven las palomas, y entre penachos
y cagarrutas intentamos descansar un rato sin conseguir conciliar el sueño.
A eso de las cuatro de la mañana el hermano del novio nos avisó de que
teníamos que bajar al salón donde se iba a proceder a la ceremonia religiosa. Cuando
bajamos, estaban atando con una cuerda las manos de los novios a la altura de
sus muñecas. Es la primera vez que entran en contacto físico o al menos esto
dicta la tradición. Aquí pude contemplar
más de cerca a la novia, que ya lucía su segundo sari de la noche, menos pomposo
que el primero. Es impresionante la de abalorios, joyas y motivos decorativos
que llevaba encima. No tenía ni un resquicio de piel expuesta sin decorar con
tatuajes de henna, en sus brazos, manos,
pies y tobillos. La novia se intuía más joven que el novio y
era de admirar la compostura que mantuvo durante todo el día, seria e impertérrita.
Está mal visto que la novia muestre y exprese esa noche cualquier tipo de
emoción, ya sea de tristeza o de alegría. Puede ser una falta de respeto hacia
su familia de origen o hacia la futura familia. Si muestra alegría, los padres
pueden pensar que no le da pena separarse de ellos; si, por el contrario, está
triste, los suegros pueden pensar que está en desacuerdo con lo que tiene que
acatar. El resultado es una novia cabizbaja, untada con un ungüento que
palidece el rostro, que, con el velo y toda la parafernalia encima, parecía la
virgen de las Angustias. Tiesa e inmóvil, talla a merced de que dispusieran de ella.
Atados a las
muñecas entraron a una sala contigua donde se sentaron en el suelo enfrente de
una hoguera creada a base de mojones de vaca. Cuando aquello empezó a dar candela
me empezó a entrar arcadas y tuve que alejarme de mi posición privilegiada en
la que me había situado para respirar
aire fresco. El brahmán, que es el
sacerdote que oficia la ceremonia,
empezó a leer unos textos en sánscrito y posteriormente se sucedieron una serie
de ritos: reparto de un puñado de arroz, regalos a los novios y después, todos
los hombres, tanto de la familia del novio como de la novia, realizaron una
especie de bendición a los novios repitiendo unas palabras que le decía el brahman y portando una llama que pasaban
por el cuerpo de los novios.
La ceremonia se culminó con
siete vueltas de los novios alrededor de la hoguera. El novio ató a la novia
con un fino cordel color rojo sangre, que simboliza la nueva unión. Ella se posicionó
detrás de él y así caminaron hasta la puerta del coche. Oficialmente la novia
pasaba ya a formar parte de la familia del novio, a pertenecerle a él y a su
familia política. A partir de este día la novia vivirá en casa de los suegros,
su nuevo hogar.
Las familias
conservadoras y muy religiosas suelen seguir celebrando los matrimonios pactados entre las familias y acordados con
la complicidad de un brahman que
augura y estudia los horóscopos de la
futura pareja y declina si es o no una buena elección. También estima el día
indicado que deben casarse para presagiar un mejor futuro.
Aunque la dote fue abolida por el partido de Gandhi cuando este subió al poder, es una práctica que se sigue realizando. El padre de la novia tiene que desembolsar una cantidad bastante considerable para poder costear todo los gastos de la ceremonia y los regalos que se le hacen a los novios. Incluso, en alguna ocasión, los padres del novio también reclaman dinero y joyas para ellos, como parte más de la dote.
Sin duda, poder viajar y poder vivir esta experiencia antropológica, única e irrepetible en la vida, nos hace sentirnos muy afortunados y nos colma de felicidad. Si nos encanta viajar y conocer otras culturas, es porque creemos en la pluralidad, en que existen otras formas de hacer y entender el mundo y que este entendimiento nos hace menos necios. Por momentos como este, viajamos. Viajamos por encontrar a gente que te acoge como su familia y te brinda la oportunidad de que conozcas y entiendas como gira su mundo.
Que pasada!!! muchas gracias por compartir esta maravillosa historia, la han transmitido tan bien que me hicieron sentir ahi... sigan conociendo el mundo!!!! abrazos...
ResponderEliminarGracias, Teresaaaa... La verdad es que fue un momento muy especial de nuestro viaje... No podía haber sido en otro sitio que en la India... Un besazo
EliminarPreciosa y entrañable esta entrada de la boda. ¡Que bien contada! Gracias por permitir que os acompañemos en vuestra aventura.
ResponderEliminarLa última foto, en la que estais los dos, es estupenda. Estais guapísimos.
Nos halagan tus palabras, Enrique!! Un fuerte abrazo
EliminarQué bonito por favor!!! eso era para practicar, no?
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