miércoles, 19 de diciembre de 2012

NEPAL: KATHMANDÚ


  
    Hablar de una sola Nepal,  con su cultura y su forma de vivir que la identifica y unifica como   pueblo, es aventurarse a no decir nada. En Nepal hay más de 200 etnias y alrededor de 100 lenguas diferentes. Esto conlleva una riqueza cultural inabarcable y, si sumamos a esto sus creencias religiosas (el hinduismo, el budismo, el chamanismo…) y el orden social de castas, nos encontramos con una cantidad de información y de diversidad difícil de digerir y de entender.
   
     Por lo tanto, en Nepal nada se simplifica,  todo se multiplica y se complementa. Y en todo este batiburrillo, uno piensa que necesita más de una vida para comprender y sentir todo lo que sucede a tu alrededor.





Kathmandú
    
    Kathmandú es la capital de Nepal. Ciudad caótica, bulliciosa y sorprendentemente alegre si consigues desprenderte de tu mirada occidental. Cuando llegas a esta ciudad te ves abrumado por el ruido de las bocinas de los ciclorickshaws,  de los coches y de las motos que pasan rozándote el pantalón. El poco espacio que existe entre todos estos elementos, pues no hay aceras, incrementa el nivel de estrés del viajero, que tiene que lidiar con dotes de malabarista con los diversos vehículos.  Cuando va pasando los días te acostumbras, consigues incluso relajarte y sortear con soltura los numerosos obstáculos que encuentras por tu camino.  
   
    Cuando te pierdes por Kathmandú encuentras numerosos templos preciosos, en donde hindúes y budistas comparten espacios y dioses a los que adorar.  Nos fascinó particularmente la visita al templo budista de Swayambhunath (el llamado “templo de los monos” por la cantidad que la habitan), situado en lo alto de una colina con vistas espectaculares y en donde se respira un ambiente supermístico. La stupa blanca central, con los ojos de Buda dibujados y coronada con una aguja dorada, es impresionante. Está rodeada de otros templitos, gompas y figuras de dioses que componen un escenario ideal que no hay que perderse. Fue todo un momentazo cuando escuchamos cánticos que provenían de un templo pequeñito al lado de la gran tupa (el templo de Hariti) . Al entrar nos llevamos la grata sorpresa de encontrarnos con monjes budistas celebrando una ceremonia religiosa que nos puso los pelos de punta.














    En el centro de la ciudad se encuentra la joya de la corona (nunca mejor dicho): la plaza Durbar (durbar significa palacio). Es en esta plaza, que data del siglo XII, donde se coronaban y vivían los reyes en la antigüedad. Desde hace un siglo los reyes se establecieron en otro complejo fuera del casco antiguo, hasta que  se abolió el régimen monárquico en el 2008,  en el que por mayoría absoluta  ganó el  partido maoísta. Esta gran plaza contiene, además del palacio, numerosos templos hindúes. Su arquitectura es newari  y destacan sus laboriosas tallas en madera de figuras y adornos florales y sus templos escalonados construidos con forma piramidal.








    Nosotros nos alojamos en Thamel, un barrio lleno de hostales, hoteles, tiendas, restaurantes que ofrecen todas las facilidades para el turista: libros, música,  ropa y accesorios de montaña de imitación por doquier, café rico, pasteles, vino tinto, aceite de oliva, ensaladas, pizzas, queso de yak excelente y, ¡por fin!, pan de verdad…). Recién llegados al barrio, y mientras intentábamos lidiar con un guía muy pesado que nos quería vender sus servicios y buscarnos un hotel para llevarse comisión, se nos acercaron dos chicas, Carol y Charo, a preguntarnos si necesitábamos ayuda. Terminamos alojándonos en su mismo hotel (Potala Guesthouse, recomendable pero algo carín al ser temporada alta) y compartiendo muy buenos momentos. Ellas van todos los años a comprar ropa para una tienda que tienen en San Cugat, Barcelona, por lo que nos proporcionaron miles y un de consejos que nos sirvieron para conocer mucho mejor la ciudad. 






    Al alejarte de Thamel es cuando empiezas a disfrutar de una ciudad que vive a espaldas del turismo: con su trasiegos, sus calles repletas de comercios en donde prima la mano de obra a los productos ya manufacturados, comercios de textiles y confección de trajes, carpinterías,  herrerías,  etc, y un sinfín de tiendas en las que puedes encontrar todo lo necesario para ser tu propio remendero. A esto se suman múltiples puestos improvisados de frutas y verduras que se salpican por las calles, en donde las mujeres venden una parte de lo que cosechan en sus huertas y salen al paso intercambiando el valor de éstas por otros productos de necesidad.
 
    Los ciclorickshaws pedalean y se imponen como uno de los vehículos más utilizados en estas calles, como si el tiempo para este gremio se hubiera paralizado, y conviven ajenos a sus  homónimos motorizados.
 
    Esta ciudad sabe que esconde más de lo que muestra.





















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