Y se paró el tiempo. Y echas la vista atrás y ves lo caminado. El esfuerzo
de querer vivir a su manera, como han vivido siempre, como quieren vivir.
El grano se seca en las puertas de las casas, zapatos
remendados depositados en el alféizar, los animales campean libres, las costureras
se esmeran en sus bordados… Las labores
del campo no se interrumpen ante ninguna mirada ajena.
Las mujeres yao (minoría
étnica de la provincia de Guantxi) llevan orgullosas su pelo largo recogido en
forma de turbante como símbolo de orgullo, de don preciado. Son mujeres recias con rasgos finos, sus
orejas están rajadas por el peso de sus aros de plata y el paso del tiempo. Las
ancianas son con diferencia las más joviales, las más alegres y divertidas.
No hay más sonido que el sonido de la vida; y del agua, el principal motor de esta
riqueza que explosiona al borde de los caminos. Unos caminos muy estrechos, serpenteantes,
trazados por el paso del
caminante, en donde sólo se puede ir en fila india. Un solo camino compartido
con burros de carga, gallinas,
patos, etc.
La tradición ha sobrevivido gracias a las
montañas, que han arropado estas vidas, estas formas de sentir y percibir la
vida con decisión, no como elección.
No es alabanza a la pobreza ni a lo atrasado, no
me entiendan mal. Es alabanza a lo diferente, a lo bonito, a lo grandioso de
vivir en armonía con lo que se posee, sin más juego malicioso de lo que se
querría poseer y no se tiene.
Este pueblo es conocedor de las cualidades
curativas de las plantas, que crecen a su antojo en las laderas. Lo que podría
pasar por malas hierbas proporciona cualidades curativas para diversas
dolencias. Su saber en este área ha sido reconocida en el mundo de la medicina
tradicional china y es empleada en clínicas de renombre en la capital del país.
Las mujeres yao son mujeres fuertes. Son
las encargadas de portar las mercancías en sus grandes cestas de mimbre, que
cargan a sus espaldas con asas confeccionadas con pelo de cola de caballo. También
mantienen viva la cultura mediante sus laboriosas costuras que adornan las ropas
y los complementos.
LA MAR
Los que somos de ciudades costeras, siempre añoramos la mar cuando no la
tenemos cerca, por todos los beneficios que ésta reporta a nuestros sentidos.
En este viaje no hemos visto aún el mar.
Este pueblo, enclavado entre montañas de arrozales de un verde vibrante
hace que lo asocie inevitablemente con un mar. Cuando el viento acaricia las
laderas, los arrozales cobran vida simulando las onduladas olas de un mar
tornasol, bravío, grandioso, que serena el alma y encandila mis pupilas.
Qué chulo!! vuelta atrás en el tiempo, y la gente se ve súper enrrollada
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